Es muy improbable que encontremos algo superior a la lectura de un buen libro como fuente de conocimiento, estímulo de la fantasía y de la reflexión, entretenimiento placentero y elemento constructor de la cultura, entre otras benéficas virtudes.
Por si fuera poco, cualquiera podría notar el misterioso, casi mágico vínculo que un escrito siembra en personas muy diferentes y desconocidas unas de otras, cuando coinciden en la fascinación y el encanto de un poema o un relato que las van conectando incluso a través de las épocas, como si de un manantial interminable se tratase.
Por ahí, y por la sensibilidad y la ternura, y las emociones y los comportamientos decentes, va "La sociedad literaria y el pastel de piel de patata", film asombroso y hermosísimo en todos sus aspectos, incluidos la fugaz imagen del casco del Balmoral (de cuando los barcos parecían barcos) y el ambiente del pueblo y de la isla, como detenido en el Tiempo, en ése que, conservadora y clásica, querría quedarse nuestra nostálgica condición setentona.
El respeto por la literatura y sus asombros impregna con delicadeza esta muestra de buen cine.
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