Harta convulsión y zozobra deben imponer estos tiempos desorientados a la conveniente aunque debilitada serenidad de nuestros académicos de la lengua.
Los desafueros y la demagogia que la "ideología de género" va infiltrando como un virus en el castellano no parecen darse un instante de pausa. Y en el fondo, lo que se cuece quizá sea un asunto de complejos, de rencores y de ignorancias.
Retorcer las palabras, con lo desconsiderado y horrísono que resulta, para amoldar la realidad y el buen uso a la beligerancia atroz de los ceporros descontentos, no debiera ser una solución entre tantísimos problemas que andan sin ella.
Por mi parte, dudo de que un oído sensible y civilizado pueda acostumbrarse con decencia a la machaconería grosera y a las herejías fonéticas con las que se nos va poniendo el idioma "patas arriba". Y es difícil (hay ejemplos de sobra) esquivar la tentación de que ministras nos suene a menestras, de verduras o no que ellas sean.
De rondón y tal vez con cauteloso cachondeo, en alguna empresa ya se han agarrado al "clavo ardiendo" de los trabajadores/as, en Andalucía, siempre tan folclórica, tan vistosa de hipérboles y en cuyas escuelas parece que se viene haciendo especial hincapié con el empeño de echar a perder la gramática y los vocabularios, mientras los bárbaros del lacito amarillo, muy sutiles y pacíficos, se ensañan con escritor tan inalcanzable como Cervantes. Vaya tela.
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