Al clásico desvelo de cada madrugada
acuden las palabras de mis rimas inquietas:
conozco sus caprichos, sus giros de veleta
impidiendo que el sueño regrese para nada.
Con las claras del día y frente a mi ventana,
algún velero blanco lleva mi fantasía
hacia rumbos lejanos, por otras travesías
de indianos exotismos, que aplazo hasta mañana.
Y sé que no soy dueño, en este teorema,
de este tiempo que paso devorando novelas
y pintando en la mente corteses acuarelas,
guapas ortografías, resplandores de emblemas.
A las cosas pendientes voy a poner sordina;
me declaro culpable de ser contemplativo
y, si no es ejemplar este modo en que vivo,
al menos no aconsejo seguir esta doctrina.
(Tú tienes "buen dormir", lo sé de buena tinta
y también es verdad que todo se contagia;
cuando retorne aquí tu cariñosa magia,
dormiré de otra forma:
distinta.)
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