Flanqueado, o mejor, rodeado o sitiado por el frenesí de los neuróticos pacientes que, en la sala de espera para la consulta con el médico, agotan las ilimitadas posibilidades de sus teléfonos móviles.
Me temo que es inútil, de ilusos, pedir que el personal desconecte los irritantes cacharritos, con sus señalitas acústicas, goteítos y demás ridículas memeces de diseño.
Debe ser que en esta jaula de grillos, en esta selva de inquietísimos primates, se desconocen las virtudes balsámicas del silencio y de las reflexiones que él favorece.
Procuro blindarme de paciencia, considerar cuánto habrían gustado los zapatos azules de gamuza que calzo esta mañana a Tony/Antonio, tan presente siempre en el recuerdo.
Y luego, de regreso, la valiente y seductora estampa del "cochecito de los recados", superviviente exento y al sol de su mínimo percance de hoy, en el jardín, me recompone un poco el ánimo de los sinsabores deprimentes de las pruebas clínicas, y desmiente las ironías que, parodiando otros decires, vanamente intentan embromarlo tildándolo de "coche de chica".