-- No me sorprende nada: es más, ya me parecía que estaban tardando.
-- Pero siempre los ha habido...
-- Desde luego, pero andaban como al ralentí, a fuego lento. Y eso no era gran cosa, vas a ver cómo empiezan a proliferar y a ganar presencia.
-- Bueno, es lo propio. Décadas y décadas, en las que apenas se predicó otra cosa que el catecismo en diversos grados del rojerío (esa cantaleta de flautista de Hamelín con camuflaje de demagogias progres) y las masas, tan ruidosas en sus filias y sus fobias, en sus pasionales bandazos de péndulo, en su casi inexistente sentido de la ponderación, del sabio término medio, de los equilibrios virtuosos, acaban por saturarse y salir por la petenera alternativa.
-- ¿Y no te parece que habría que prohibir esa ultraderecha emergente y fascista?
-- Ya lo creo; en cuanto se haga exactamente lo mismo con los comunistas que, a pesar del éxito de su embaucadora propaganda, no son sino un fascismo proletario, la otra y disolvente cara de la misma bárbara moneda.
-- ¿Y qué hacer con los catetos que sabemos, tan ufanos de su astucia como la mejor cualidad inocente de sus manipuladores cacareos?
-- Que los guarden en el congelador, tú.
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