A ti también te llegó por sorpresa, no lo vimos venir.
Parecía que el tiempo era de condición amable, que iba a durar sin que nos rozara, ni siquiera de modo dulce, la erosión imparable de los años vencidos, la insistente marea de la melancolía de los días.
En el archivo hondo de las vivencias idas, notamos un rumor, al tiempo lejano y tan presente, que suena dentro, que pone de relieve recuerdos de tanta dicha que hemos saboreado al compás de la pugna, de la necesidad de encontrar un horizonte que estaba, o no, ahí para nosotros, con su resplandor y sus sombras, con los colores que nos fueron cambiando la imagen en el espejo, en tanto seguíamos creyendo, sintiendo, más que pensando, que éramos nosotros, los mismos, los que siempre íbamos a encontrar el amoroso lazo renovado, latiendo por entre las señales que querían llevarnos la contraria.
Y no es que no escuchásemos a los antecesores: su experiencia, la sabiduría aprendida a un precio alto, del que nadie escapa. Pero en nuestra ilusión permanece brillando una luz resistente a la lluvia, al viento de las sucesivas estaciones en el calendario.
Te escucho hablarme. La mente, ¿es poderosa? Ocurra lo que sea, todavía eres, todavía soy. Caeremos un día pero mientras... mientras...
Mientras... ¡Te sigo queriendo!
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