Como un liante fabuloso, surrealista y, al final, la mar de buena gente, el personaje de Norman (Richard Gere) va organizando todo tipo de trapisondas hasta tal punto que el espectador queda a ratos navegando en una considerable deriva desconcertada, a la que no es completamente ajeno el tratamiento de escenas yuxtapuestas y otras figuras que contribuyen desde luego a hacer de esta película un experimento interesante y bastante original, dentro del género de las conspiraciones geopolíticas y financieras.
Hay incluso un detalle como de espejo, en el que Gere (que acierta más ahora en su avanzada madurez que cuando era un relamido galán y discutible gigoló plastificado) es requerido/perseguido por un émulo más cutre pero parejamente intrépido e invasor. En fin, una entretenida sesión a solas.
Luego, en esa pausa en espera que ya suele ser consuetudinaria y que aprovecho para tomar notas en la cafetería más o menos anexa al cine, aunque apenas había otros parroquianos y con cautela me senté a una mesa más que prudentemente apartada, y como si se tratara de una desgracia telúrica, ocupó la mesa de al lado una tribu de mamás/abuelitas con tres críos de distintas tallas y de unánime algarabía, alta en decibelios y surtida de potitos y otras pringosas zarandajas.
He tenido que huir con los nervios destrozados y buscar refugio en un emplazamiento alternativo, donde termino esta glosa para el "blog" de hoy. Claramente los hados no parecen serme muy propicios.
Como mejor se está, es en casa, tú.
La madre de Pionono decía, no sin razón, que los niños sonaban así porque estaban huecos.
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