Repleto como está el panorama de escándalos y corrupciones, las últimas noticias no nos toman por sorpresa.
Porque tampoco en estas últimas sentencias parece haber el rigor que el personal esperaría. TAMPOCO en éstas. Ni en ninguna de las que van saliendo en relación con otros relevantes y ruidosos asuntos.
Conque el poliedro presenta varias y lamentables facetas: los pies de plomo de magistrados y abogados, carentes en general de la necesaria independencia, dígase lo que triunfalmente se diga; el trato diferente que se da a unos y otros encausados, en atención a su importancia, a sus privilegios, incluso a las inevitables filias y fobias de quienes se encargan de los procesos, en la correspondiente evaluación de las pruebas, eximentes, atenuantes, agravantes, jurisprudencias sentadas o "acostadas" y el sinfín de pijos tecnicismos minuciosos en los que suele haber las más numerosas y divergentes interpretaciones. Y por ende, decisiones.
Así, los agravios comparativos surgen en abundancia, instalando en los ciudadanos un descontento y una desconfianza letales para la convivencia y el buen rumbo de la sociedad.
Nos queda, pues, la turbia sensación de una farsa generalizada en la que los delitos acarrean sanciones de la señorita Pepis y quienes los cometen salen en ocasiones burla, burlando o poco menos. Porque, en lo que van prescribiendo los enredos, las rebajas por "buena" conducta (después de haberla tenido tan mala), etc. no faltarán algunos a los que los negocios fuera de la Ley, les salgan a cuenta.
Preferentemente en bancos suizos, andorranos o los que estén más de moda en las pasarelas del trinconeo.
Y sobre todo, que Dios nos libre de las tentaciones, para que no nos cruce por la mente eso de ¿y si hay suerte y no me pillan?
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