Como ejemplo difícilmente superable de fantasía bélica y bizarra, "La Gran Muralla" desborda cualquier expectativa y satisfará colmadamente cualquier previsión o ensoñación que tienda al diseño de las grandes e inconcebibles máquinas de guerra, las armaduras, escudos, lanzas, venablos diversos, etc. y todo ello consintiendo algún breve detalle de humor, tan propio hoy en día de los más heroicos "comics", e ingresando en otras ocasiones en una suerte de ballet hiperbólico que subrayan las inefables órdenes tácticas y estratégicas colectivas a cargo de esos tambores ( o lo que sean) que el segmento percusionista de ese ejército chino transmite con una mezcla de golpes y danza rítmica que (no es la primera vez) rondan acaso frivolidades de Locomía.
La sinuosa muralla no defrauda en su espectacularidad y la escena de las exequias del general, muerto en singular combate (con la imagen de esa vía láctea maravillosa que emulan los farolitos lanzados al aire), es con merecimiento la escena más bella, incluso poética, de toda la película.
Infinito el elenco de las mesnadas intrépidas y las manadas de monstruos ferocísimos, es algo que el Hipocampo no suele perderse.
Ni tampoco el placer de regresar a casa del cine, en la armonía dócil y elástica, elegante y recién duchada del Z3.
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