Infestada de mofas disolventes, la época actual suele ridiculizar los valores que en otros tiempos han ennoblecido a las personas; antes bien, cualquier clase de decencia parece estar singularmente perseguida.
Unido eso a la condición, con frecuencia pedestre, cuando no vulgar, de un cine español que ahora abunda, financiado por las televisiones y otros diversos organismos, he asistido con cautela a "Los últimos de Filipinas", y más por la nostalgia de una ambientación y unos uniformes en cuya elección parece que se ha tenido cierto rigor.
Se ve que producción con presupuesto de lujo, las localizaciones son hermosas al punto de hacernos recordar "La misión". El reparto cumple y las actitudes de los personajes no son inverosímiles.
Es difícil imaginar lo que llegaron a pensar, a sentir aquellos hombres. Con ese trasfondo de tunantes trapicheos y derrapes del Gobierno de turno (qué raro). Con la depresión nacional que quizá no se llegó a remontar nunca; el ancho y hondo pesimismo que cundió como consecuencia del desmoronamiento de los restos del Imperio. Y la eterna polémica sobre las bondades y las maldades de toda situación colonial.
Pero sobre todo, las miradas de hoy sólo pueden leer con desconocimiento, incomprensión y cierta tendencia a falsear lo ocurrido, los hechos de un tiempo que nos resulta (y más, a la trepidante velocidad de los cambios presentes) por completo extraordinario.
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