El encanto de la moderación anduvo ausente ayer en la ejecución, por otra parte excelente, de esta violinista en los Conciertos de la 2.
A los pies descalzos, que ya son ganas, se sumaba el alarde de una banderita "arco iris" sobre el apoyabarba, que suponemos da fe de la condición sexual o la militancia de la joven solista, y cuya simbólica declaración era cuando menos innecesaria.
A medida que se fue soltando, empezaron las "caritas" (como esos "iconos" tontorrones que han cundido desde Internet), la mímica creciente hasta un cierto paroxismo contorsionista, arriesgadamente próximo al ridículo, que tuvo sus más brillantes cimas cuando decidió las "propinas", en este caso más bien tomaduras de pelo, de las brevísimas y descoyuntadas intervenciones finales, en las que la dejó ingresar en solitario la discreta prudencia del director de la Orquesta.
Una ovación larga y nutridísima de parte del público premió, y quizá amnistió a la vez, la cara y la cruz de esta asombrosa y, por lo que hemos descrito, desconcertante actuación.
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