Tras varios años, he vuelto a releer, en insistentes y estimulantes trancos, perdiendo a veces la noción de las cosas, cabeceando el sueño y los sueños, esa construcción fabulosa, fantástica, fastuosa de la narrativa que es "El otoño del Patriarca", ejemplo de cómo su genial autor sabía siempre lucirse y soltar su torrente de prodigios en una prosa encadenada, sugerente y exigente, como escrita a la medida para la vertiginosa quimera del dictador, para el relato magistral de su cíclica y desconcertante peripecia, con un mágico y suntuoso desfile de las riquezas que la lengua castellana prodiga en su vocabulario intenso y resplandeciente.
Puede que la afición por la lectura alcance a justificar, y bendecir incluso, los excesos.
Un gustazo bárbaro, literalmente.
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