Recibí ayer la llamada telefónica de un estudioso o investigador que analiza con talante de arqueólogo los sucesos de aquella edad remota de la música "pop" en la Santa Fe de Bogotá (Colombia) de los años sesenta del siglo pasado.
Durante una larga coversación, me preguntó detalles, fechas, matices; y sólo pude contestarle con referencias generales e imprecisas, y con numerosos olvidos.
Coincidimos en que faltó entonces la cautelosa previsión de anotar, de archivar con método, de conservar. (Con lo cual, existen nebulosas que, para colmo, suelen hacer crecer las leyendas.) Esas responsabilidades, esos gestos de la seriedad, tan impropios de una juventud que plenamente vive para vivir, que ni se detiene a pensar en más de cuatro porqués o para qués; que desde luego, aun con su vanidad a cuestas, no se cree importante como no sea para sí misma y su fugaz estremecimiento. Y que no alcanza a calcular ni a plantearse la influencia que luego, en ocasiones, produce en los que van a venir detrás.
O yo sigo sin verle a todo aquello tal relieve como le conceden diferentes personas, seguramente nostálgicas o curiosas, o el tiempo lo ha ido distorsionando y va a ser difícil entenderlo, ponernos de acuerdo.
En cualquier caso, agradezco esos movimientos de interés, hasta de respeto y deploro esta mala memoria notoria que apenas retiene, eso sí, lo más hondo, sentido y creador de décadas que han transcurrido (ahora lo sé) a la no deseada velocidad de un cometa.
La inconsciencia para la vitalidad, ¿es parte del instinto de supervivencia? Qué lío, tú.
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