Me he asomado a las rebajas
(envoltorios, bolsas, cajas):
la multitud, desatada,
es un ejemplo viviente,
contante y sonante, ardiente,
de cómo asumir entera
con la magra faltriquera,
la obsolescencia que llaman
programada.
Dicen que sigue la crisis,
que no se ha acabado "el túnel"
y que más tiesos estamos
que la clásica mojama;
aunque, si se ve el torrente
de clientes tan fogosos,
es difícil comprender
tantos gastos animosos,
toda esta cosa que pasa.
Se me ocurre
que el personal, receloso,
entona el canto del cisne
no vaya a ser que un glorioso
gobierno neosoviético
nos deje en cueros, temblando,
el monedero esquelético.
Con maneras más bien bastas,
sabemos cómo las gasta:
siempre trae
muchas ganas de desquite
al formular sus envites
de revancha,
la celtibérica izquierda.
Si se queda con la cancha,
con sus vientos irredentos
puede que todo lo mande
a la mierda.
Es de agradecer tener una buena salida de emergencia para arrepentidos de última hora, nunca se sabe, por cierto, ¿en el congreso las hay? no sé, pero rebajas sí que las hay, sí.
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