Como señal poco o nada discutible de la imposibilidad de poner duraderas puertas al campo; como paso que la tradición férrea ralentiza pero, al cabo, no deja de darse; como un atisbo de que, resistente y todo, la Edad Media no podrá prolongarse por tiempo indefinido ni impunemente, las mujeres de la Arabia Saudí, al parecer, podrán votar e incluso ser elegidas para ciertos cargos públicos.
Afantasmadas figuras, enfundadas en luctuosas y generosas túnicas negras, observando con incontenible y ansiosa curiosidad el mundo por las breves "mirillas" rectangulares, practicadas en los velos densos, que dejan asomar sus vivaces ojos (asombroso: maquillados, porque la pícara coquetería jamás se somete por completo), desde la profundidad de las tocas de clausura; unas "mirillas" que algo recuerdan a las troneras que se ven en los "bunkers" que repelían el célebre desembarco en la no tan distante guerra del siglo XX...
y, lo más singular de esta modernidad que, ay, así se frivoliza: ¿las habéis visto, en la televisión, podéis creerlo, haciéndose... ¡"selfis"!? "Selfis" de paradoja, porque ¿cómo podrán después reconocerse con certidumbre, sepultadas por igual en ese atuendo de aplastante y siniestro camuflaje?
Por aquí, por este Sur cuya fresca apropiación mucha de esa gente reivindica con magno desahogo de crueldades y de bárbaros fanatismos, se ha largado a llover.
Conque me temo que la anunciada mejor lluvia de estrellas del año 2015, Gemínidas, chochos míos, habrá de ser, para los cristianos soñadores y andaluces, un espectáculo perdido.
Qué pesar.
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