No diríamos que se celebran, desde luego; acaso que
se conmemoran.
Que se cumplen, sí: de las bombas atómicas que nadie
olvida, y para lo cual la “tele” se emplea a fondo.
El Japón de hoy, que se proclama pacífico o
pacifista, no se parece, así pues, al Japón de entonces, que iba a prolongar la
segunda guerra mundial quién sabe hasta cuándo, y eso hubiera faltado, vencido
ya el Tercer Reich.
Aquello, que fue una inmensa cura de burro, se pudo
mirar con cristales de muy diferentes colores. Y, con el paso del tiempo,
todavía más, hay que ver cómo cambian las opiniones y las valoraciones.
Pero lo que convendría, dejando al margen los
discursos maniqueos y la variedad “todo a cien” del antiyanquismo que tanto se
sigue fomentando, es que ni la guerra ni ese drástico broche que la cerró
vuelvan a repetirse.
Aunque como vemos, el hombre (vale, y la mujer
también, tontinas) es muy de tropezar más de una vez con la misma piedra. Quién
sabe.
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