La jornada dio comienzo advirtiendo que traería
consigo, en su “estella”, algunas dificultades.
3´30 a.m., el calor lo hizo despertar. La casa, este
verano de temperaturas extraordinarias, presentaba, soportaba un sofoco de horno.
Resuelto, en su vivir a solas, a que ningún insecto ni cría de salamanquesa (se
habían dado casos) ingresara en su santuario, combatió la candente inclemencia
con ventanas cerradas de par en par y
refrigeración japonesa.
Maldurmió, acentuando el comportamiento del Fujitsu,
un par de horas más. Ya en pie, preparó el “blog” del día. Luego, lo atacaron
los mosquitos cuando, a todavía temprana hora (7 a.m.), procedió al cotidiano
“riegar” del jardín.
(Dicen que los mosquitos, esas criaturas de Dios y
San Francisco de Asís, eligen a sus víctimas con unos criterios de preferencia
que algo deben a la dulzura, u otros presuntos atractivos, en la piel, el
sudor, la sangre de los escogidos. Era irritante, nunca mejor dicho, que lo
hubiesen incluido en sus acribilladoras querencias, con lo poco o nada que
otras especies animales lo tenían en cuenta.)
Como colofón, la manguera azul presentó una
picadura, una fuga. Habíais de ver a ese hombre desesperado, enzarzado,
enfrascado en la operación de bricolaje extremo, reparadora del desperfecto: en
la búsqueda tenaz, en la investigación y posterior selección valiente e
imaginativa de los utensilios sucesivos, hasta encontrar el que cortara
debidamente el segmento averiado; la denodada lucha con las roscas de empalme; la
esperanzada comprobación, cuya decepcionante verdad, cuya evidencia de fracaso,
prueba y error, era exigente “test” para el más templado ánimo; la necesaria y
finalmente útil rectificación. El calor creciente y agobiante que el estado de
nervios no hacía sino empeorar.
A las 9 a.m., andaba consolándose con un magno refrigerio,
muy prematuro para merecer el nombre de aperitivo, pero aguerrido y colosal
como aquellos remotos compangus de
otra y lejana época. Un, cómo diríamos, predesayuno de camionero extremo, de “tráiler”
largo, claxon atronador y chimeneas de escape verticales.
El Hipocampo no os infiere los detalles, por
excesivos, por algo desenfrenados y libertarios. Mas da por sentado que hallará
la desbocada fantasía de Vuesas Mercedes figuraciones y supuestos que lejos no
estén de cualquier realidad.
(P.D: por real decreto, se recupera para la
actividad del regadío un pijama no demasiado fresco aunque azul. Sheldon y yo
somos así, Señora.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario