es la primera de esta temporada oficial.
La llaman ola de calor, y consiste en esa jugarreta del Destino que te hace
blasfemar con entusiasmo y que te sitúa al borde mismo de la muerte por
desesperación y enojo.
De modo inconcebible, tomando el sol en
la playa, hay masoquistas aguerridos como conquistadores extremeños, como
feroces mercenarios almogávares de Roger de Flor, aficionados a la insolación y
al cáncer de piel, de cuya inteligencia y sensatez hay que experimentar
inevitables y profundísimas dudas.
Ante mí mismo, me he negado a cualquier compromiso
(esa palabra tan favorita de las compañeras sentimentales), a cualquier
disciplina, a cualquier responsabilidad. No me pego un tiro en la sien porque
en casa no hay armas de fuego.
He cruzado la avenida, sintiendo sobre
mi desgraciado cuerpo el peso del mundo y la fragua de Vulcano, y me he puesto
en las manos restauradoras de los cocineros de Manguita, quienes han tenido la
gentileza de coronar su proverbial sabiduría en el tratamiento de los pescados
de Cádiz, ¡con un tocinito de cielo!
Ahora, siesta y Fujitsu.
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