Lo que no se me va a olvidar nunca (entre
otros muchos detalles) es la vez aquella que dormiste tu clásica siesta
inevitable, por primera vez en esa ocasión sobre el estrecho sofá del porche. Y
que (no fuera a ser que, al girarte dormida, pudieras caerte) me senté en un
sillón a tu lado, cabeceando yo también, muerto de sueño, pero resuelto a ser
tu barandilla de sujeción, tu salvaguarda de lo que hiciese falta. El parapeto
que, a ningún precio, consentiría tu más mínimo daño.
Ahora piensa lo que quieras; o, no te
culpo, lo que puedas. Los problemas, las crisis…
Claro que valen para hundir un barco,
mismamente el “velelo”, pero nunca borrarán el amor ni la ternura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario