El sol que tomara cabalgando la “trike”,
camino de aquella ciudad sureña de los vientos; la búsqueda, al regreso, esa
noche, de algún dato por Google; los vinos dulces que cerraron la jornada, lo
llevaron a dormir con facilidad, despreciando la costumbre de fragmentar los
programas de la tele con la rauda guillotina del mando a distancia.
Cayó enseguida; y cuando luego miró el
despertador, lo contrarió notar que era más temprano todavía de lo habitual.
Había refrescado. Se tapó a medias con
la sábana y, contra todo pronóstico, soñó.
Como un film de episodios enlazados:
Ella dijo voy a tomar un baño. Y él, espera,
y la atrajo hacia sí, sentándola sobre sus rodillas. La fue reconociendo,
tanteando las proporciones del cuerpo cubierto por el vestido de punto gris:
los hombros, la espalda, la curva de los pechos, el talle. Qué delgada estás, la cadera. La besaba despacio en la mejilla, el
lóbulo de la oreja, el cuello, que el pelo recogido descubría. Se relajaba ella
y él, casi se sorprendió al sentir en sí mismo la reacción creciente que ya
venía escaseando.
(Fundido en negro.)
La mujer volvía del baño, turbante de
toalla en la cabeza, albornoz blanco. Y lo encontró desnudo. Me quedé dormido, mirando este catálogo.
Hacía calor. Se sentó junto a él y había, entre los dos, una sosegada paz,
una confianza luminosa.
(Episodios 3, 4 y 5.)
3: era una casa de artistas modernistas,
con trasiego de gentes variopintas, modelos, pintores, comediantes; cuando la
vio entrar, parecía que todo se difuminaba alrededor.
Acércame la
cara, le
pidió. Déjame verte ese color de ojos.
Estaba embelesado con el brillo de caramelo, la curva leve de las pestañas, el
dulce trazo de las cejas suaves, con aquel rostro de ángel entre sus manos, y
aquel pelo castaño como de “adónde vas, Pilar…”
4: los impresionó la línea extrema, la
longitud y la anchura generosa de la parte trasera, les recordaba un poco al
Cadillac Sedanette de 1948, o al Buick Streamliner, también de ese año. Y él
comentó escucha cómo suena, y era
profundo el rumor de los cilindros, puede que 12 o más…
5: … un rumor que ahora se fundía con el
sonido de los dos músicos callejeros, vestidos con retales de payasos, de
bohemios vagabundos: el joven pulsaba una especie de organillo, con alguna
tecla desportillada que parecía ir soltando un relleno espumoso, como de viejo
sofá desvencijado. El abuelo, concentrado, sumido en su violín, dificultoso,
todo el mapa de la Rioja dibujado en la nariz.
(Sí, volvió a mirar el despertador y en
efecto, había vuelto a dormirse. A soñar.)
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