Aquí, en Cádiz, enfrente de ese puente nuevo que
arduamente parece que andan terminando, aunque iba a estar listo para
conmemorar la gloriosa efeméride de 2012.
Pavías de merluza, cazón en adobo, que también le dicen,
con oportuna intención bienmesabe,
dos cafés para despejarme. (Y a la sesión de cine de la tarde, que resultó
redonda: “La dama de oro”, limpia reflexión, acabado dignísimo, imágenes
hermosas y lastimadas de un pasado que recobra el personaje central, a cargo de
la acreditada y sobria sabiduría de la Mirren.)
Es ese sitio (te acordarás) donde una larga barandilla de
acero protege de esa fascinación del agua que con mayor conocimiento respetamos
los “vigorosos nadadores avezados”.
Pequeños yates anclados, algún velero, un barco grande
con dos enormes grúas en la cubierta, y un letrero al costado: JUMBO.
Sí, parece que está todo bien. En fin, van llegando los
veraneantes, ese trastorno anual, pero al menos, no hace demasiado calor aún, la
temperatura es suave y puedo quitarle la capota al roadster.
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