No pretende perpetrar magnicidio alguno. Ese criminal
propósito lo deja:
A los senadores de Roma, que conspiran contra César,
aquél cuya gallardía no teme, antes desprecia, a los Idus de Marzo.
A los visionarios radicales que, amparados con cobardía
en la multitud, causarán en Sarajevo un casi pretexto para una Gran Guerra.
A un francotirador asesino que trunca en Dallas la
trayectoria estelar de un presidente cuya memoria deviene imborrable.
No.
Lo que ese instantáneo destello, lo que la punta de acero
de esa saeta avisa, es tan sólo el delicado reconocimiento que, con su cita,
expresa el joven poeta de Santiso de Abres (fino adorador de féminas) hacia
unas palabras que hilvanó en los 80 (el bullicioso cerebro debajo de la
entonces rizada fronda capilar) un cierto cantautor de semioculto aunque
insobornable destino; y del que acaso haya quien no apruebe por completo su
apenas enrocamiento rockero, su marcada preferencia, contra la estridencia, de
un sonido limpio, cuando ha tañido su personal eléctrica de perro verde y andaluz.
Aquiles, ante las murallas, clamaba su reto a Héctor.
En otro siglo, con muy otra estatura y otro evidente
ánimo, declaro aquí mi propio talón
de ceremoniosa gratitud.
(Se trataba de esto, solamente. Pero es lo que tiene el
divino tiempo libre.)
Muchas gracias, querido maestro, por lo que dices de mí. Me honra formar parte de esta hermosa entrada tuya. Huelga decir que te cité con mucho gusto en mi micropoema "Marina"; mereces estar ahí, pues tu pluma inspiró, al menos, el primer verso de mi texto. Ese "tan descalza" de tu canción "Una gitana como tú" siempre me ha parecido extremadamente sensorial, muy evocador...
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