Claro que sin leyenda y con muy menor estilo (si es que
lo tienes), te ofreciste a mí como los Diez lo hicieran con la Franco para
agradar, en Cá Fóscari, al rey Enrique, visitante ilustre de Venecia.
A cambio has recibido el tacto, el inusual acercamiento,
que previsiblemente querías, que notoriamente buscaste, de esta estructura
corporal que de andamio veterano sirve a una de las más finas y desenvueltas
lenguas de nuestro modesto panorama.
Y ahora, ¿por qué, tu rabieta, tus insolentes palabras
sin respeto?
Quizá tu relativa juventud
te ha inducido a que creas, de tu parte,
que valen más dos tetas
que el aleteo tenue de las artes.
(Del ya citado “La
primera vez que perdí…”)
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