Con doble N, vaya lujo.
Me decepcionas, me desconciertas, me descolocas.
Y el caso es que, cuando empezaron a destruir con
tenacidad lo que quedaba de los bachilleratos de verdad, ya me temía que las
sucesivas leyes para la ruinosa educación de los jovenzuelos (Loece, Lode,
Logse, etc.) iban a dar frutos tirando a lamentables.
Y así, hemos tenido ocasión de apreciar, en varias
generaciones de “educandos”, cómo se confirmaban aquellos presagios tenebrosos,
y se manifestaban ejemplos derivados a lo largo de los años como el atrevimiento
ignorante de “la Movida”; como el engendro que ZP iba urdiendo con la ayuda de
aquellas colegas del cupo, del lote, de la fotografía resbaladiza con las
vanidosas pieles para la revista fina, y nada más, como no fuesen las meteduras
de pata y el chollo de los altos sueldos inmerecidos; como la proliferación y
el afianzamiento de los rencorosos y los envenenados hasta hacer de la
Universidad un nido de subversión e inconsecuente rojerío rabioso; y ahora tú,
que…
…habiéndonos hecho confiar (con tu júbilo modoso, tu
apellido “bien”, tu melenita cotidianamente acicalada), resulta que vas y
confiesas (voluntariamente, ningún revólver te apuntaba) que en casa no te
cambias de ropa para cocinar, para guisar, ¿algo más, por cierto, que lo del
microondas?
¡Qué disgusto, Susana, Susanna!
Y es que, cuando los
planes de presunta educación parecen un tobogán de disparates, pasa lo que
pasa.
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