ser, volverse rico. Los que aparentan mayores sobriedades
y más radical desprecio de los bienes materiales, seguramente son sólo los
hipócritas disfrazados que padecen las peores ansias y ambiciones.
Rico: incluso nuevo rico, que no tiene por qué ser delito
sino querencia legítima, a pesar de las ridiculizaciones y las críticas que un
personaje así debe soportar, sobre todo de los envidiosos, de los impotentes,
de los previos instalados ya y, en ocasiones, tan por heráldica y heredados
privilegios, excluyentes del “club”, los del máximo rigor en los arbitrarios
filtros de la discriminación.
Así que todo en orden. Salvo que hay que ascender a la
categoría con esfuerzo propio y, a ser posible, decente; y que si da la vuelta
la marea, hay que estar preparado para asumir el descenso y los posibles
despropósitos que lo causan.
Nada de pretender que los demás nos paguen los “gastos de
la fiesta”.
Entre los esforzados espartanos que en las Termópilas
dieron ejemplo para la Historia (tal como nos lo ha retratado con estética de
preciosismo sangriento el cine) y la panda de descontrolados y trincones que
vienen rigiendo a los griegos, desde hace la tira, hay una diferencia que
descalifica absolutamente cualquier variedad de “talante” que puedan esgrimir
los nuevos ricos, los ricos a secas y los mandamases con sus estafadores ISMOS.
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