(Cito de memoria y creo que reproduzco con fidelidad, en
las extrañas concordancia y construcción, la oferta de aquel cartelito.)
En nuestro “palomar” privado, si no recuerdo mal, éramos
asiduos degustadores de los camarones al ajillo que el antillano Mr. Smith,
obsequioso, pícaro y discreto, también ceremonial como un jefe de tribu antigua,
nos ofrecía con su sonrisa cómplice y sus aires de gran anfitrión profesional,
dejándonos luego a solas con nuestras confidencias, con nuestras caricias en
ascendente tropel, con nuestro ensimismamiento a dúo al que no queríamos, tan
“rebeldes”, llamar noviazgo.
La vida lleva y trae tiempo, órbitas, asuntos. Siento
ahora que quizá el demasiado entusiasmo de los momentos (¿no os ocurrió a
vosotros?) me restó algo de concentración con la que retener y evocar ahora,
con más precisión y profusión, los recuerdos de lo que hemos sido, tan lejanos.
Para contar por escrito en este cotidiano Blog del
Hipocampo algunos detalles de veteranía romántica de esos que tanto gustan en
París.
Entre sueños, escuché llover toda la noche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario