Lo que tiene la tele es que ya nos va haciendo ver la
realidad como otra serie, como otra peli más de esas que, de tan verosímiles,
ya no se distingue cosa y cosa.
Y claro que a los periodistas y a sus empresas directoras
y a los patrocinadores y a los de la publicidad “les pone” tanta convulsión,
tantos sucesos emocionantes, tantos estímulos. El gran espectáculo del mundo,
ahí es nada.
Si te apetece, Irene, te cuento lo que creo que pudo
ocurrir; que a lo mejor es cierto lo que dicen de que más sabe el diablo por
viejo que por diablo.
Cuando se volvieron inviables, insostenibles, las
colonias, aquellos países poderosos que las habían exprimido consideraron que
aún se podían sacar algunos beneficios y que no estaría mal conservar lazos con
los nuevos independizados: un extendido manto de metrópoli, derechos de
nacionalidad, ciudadanía y acogida, pero también sostenida clientela para el
negocio de las manufacturas y bienes de consumo; mano de obra importada e
importante, influencia geopolítica, salvaguarda residual de los intereses,
inversiones, explotaciones, etc. existentes.
Mirando a no demasiado largo plazo, y con una economía en
crecimiento, unos y otros podían salir ganando, aunque fuese de manera
desigual; y de camino se sosegaban las conciencias culpables.
Pero del plan se han ido desprendiendo consecuencias muy
problemáticas en la integración, en el rodaje diario y en el reparto de
ventajas y de inconvenientes que exponencialmente han terminado por agravarse
con las muy difíciles derivas de una economía y una demografía más mal previstas
que imprevisibles. Y de aquel optimismo interesado e imprudente nos quedan
tensión, rencores, reivindicaciones históricas, cuentas pendientes y
envenenadas.
Ahora Marine le dice a la gente no “lo que quiere oír”,
que también, sino lo que muchos ya están cansados de pensar y callárselo porque
los complejos y la corrección política funcionan como eficacísima mordaza. Un
buen polvorín para nuestros días.
¿Hace otra margarita?
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