Con unas gotas de valentía y otras de cautelosa
prudencia, de satinada y quizá conveniente diplomacia, con todas las artes de
seducción de un paradigma femenino, una hermosura en perfecta sazón a los 48
años confesados, algo de inconsecuente frivolidad en gestos y actitudes y unas
facultades como cantante que superan todo lo anterior, Marta, conservas todavía
algunos nervios en las manos, alguna inseguridad en ti misma, a pesar de tu
notable aplomo, y es verdad que hay quien con injusticia sigue sin tomarte en
serio.
Pero es que nos labramos el expediente con lo que hacemos
en cada etapa (quién no cambiaría más de una decisión), y desde luego que jamás
descansan los exigentes con el prójimo y menos, los envidiosos y los que están
a tirar la primera piedra.
Ninguna piedra, qué va, de parte de tu entrevistador del
pasado domingo, envainadas sus garras retráctiles cuidadosamente, muy mitigado
el habitual tonito chuleta y con la típica coraza, resquebrajada, derretida por
tu cercanía, descosido su papel de incólume inquisidor. Digno casi, en lance
tan comprometido, de piadosa compasión.
Cuando estoy considerando si deslumbrante es palabra excesiva, consulto un texto de Armis et Litteris, publicado nada menos
que el año 2004, (esa demoledora reflexión sobre el tiempo, ¿verdad?) y en
efecto, suscribiendo aún lo expuesto en aquellas páginas, debe ser la palabra
precisa, resulta que ya había surgido allí.
No queda más que insistir, y con sumo gusto: Salve,
Marta.
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