Conste en primer término que no hay aquí ninguna intención
de gratuita iconoclastia. Pero hay rollos que no se sostienen, a pesar del
consenso que parecen concitar.
De la tal cosmogonía, de la tal desaforada e incongruente
leyenda, de esos confusos e irrazonables relatos, alarmantemente aclamados por
las mayorías, el cine se ha nutrido con reiterada fruición.
La reciente muestra es un lío incomprensible a la par que
simplón, como de costumbre, que pretende dar de sí un “argumento” según el cual
hasta cinco ejércitos de diversas monstruosidad y bizarrías se enzarzan en una
batalla tan descomunal como interesada aunque arbitraria, soltando de camino
tan prolija ristra de nombres previos y personajes de aluvión, tan enredada
madeja de antecedentes, precedentes y consecuentes asuntos, tan extraña
geografía, hasta para la ficción, todo mayormente atropellado y de tan tenebrosa
e insuficiente lógica, que dudo que los mismos fanáticos “especialistas” de la saga
puedan digerir de verdad el galimatías, el, pese a lo breve, abstruso
rompecabezas propuesto.
Además, ya van bastantes “pelis” con muchedumbres
guerreras impresionantemente conseguidas con los suntuosos recursos
tecnológicos contemporáneos y, vaya por Dios, en este caso no son de lo mejor,
sino algo más falso y artificialón que otras veces. Se sentía en el aire de la
platea* la frustración, el pasmo petrificado de los espectadores, procurando en
vano dar su aprobación a un ladrillo tan impasable.
¡Con deciros que ni las armaduras están logradas…!
*¿Se siguen llamando así las filas de asientos
escalonados, características de nuestros multicines?
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