Como se ha visto con la práctica, los “progres” son esos
fantásticos de la cosa ecuménica que, en principio (luego ya cambian),
sostienen y predican que todo es factible y que “tó er mundo éh güeno”, aunque al tiempo defenestren y/o vayan
laminando a los que no les dan la razón.
Como son lo más insistente y proselitista del mundo
mundial, y le han echado tiempo, han conseguido la aceptación general o el
seguidismo por agotamiento de ingentes sectores de la población occidental.
(Una digresión o un inciso, como se quiera: occidente es un concepto como
especioso y relativo, si tomamos en cuenta la propia condición esférica y giratoria
del planeta con la cual el oriente es también el occidente que queda todavía
más al occidente del occidente. O sea, un enredo como el de la parte
contratante de la primera parte…)
Pues bien, ahora que una porción creciente de ciudadanos
alemanes, y me imagino que de otros países también los habrá, están oponiéndose
(con mera coherencia histórica y respeto a la tradición, y con más motivos que
haya, no todos forzosamente disparatados ni descartables) a la islamización de
Europa, saltan, muy descalificadores y alarmados, con las vestiduras rasgadas,
los millares de loritos de los medios de comunicación, haciéndose cruces (sin
darse cuenta de lo cristiana que es la expresión, la metáfora) y profiriendo
todo el catálogo de esas demagogias que llaman racismo y xenofobia a lo que viene
a mano, con unas inercias e ignorancias que jamás consultan el diccionario.
Los “progres” y sus fantásticas simpatías suelen poner en
marcha, con inconsciencia pueril o disolventes propósitos, asuntos que después
son incapaces de resolver bien y de los que muy rara vez se responsabilizan. Qué gente cansina, tú.
¡Anda que, si hubiera un movimiento de cristianización
del oriente musulmán, lo iban a dejar pasar! Menudos son.
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