No sé si alguna vez el ejercicio activo de la política
pudo ser una dedicación noble, decente, de altas miras. En todo caso, sería en
una época remota de la cual no quedan ahora más que miserables y pantanosos
residuos.
Y es que, al final, los que entran en ese terreno son
igualmente venales y codiciosos, dados al trapicheo y aficionados a embaucar a
los más, que son muchos, crédulos del rebaño.
No creo ser el único que ya te hubiese notado los
resabios redichos, el tonito engañosamente pedagógico, predicando esos
argumentos que, lo sabes, son gastados ecos, desacreditadas patrañas pasadas de
moda; el filo de la lengua, más malintencionado que brillante, el tan
incansable como cansino método dialéctico de manual añejo y agotador, aunque
respaldado con esa actitud demoledora de nunca descomponerte, de mantener la
calculada calma de un reptil, en tanto pierden pie tus oponentes, espontáneos o
apasionados que terminen siendo. Como táctica, te funciona: tu frío letal
(estudiado, aplicado con insistente rigor) si no se impone y convence, desde
luego los paraliza o, más fácil, los saca de quicio.
Pero pronto van asomando las manchas de tu expediente. Lo
de siempre: dinerito mangoneado, favoritismos, influencias, chanchulletes
hipocritones, todavía en cantidades moderadas porque apenas estás empezando a
trepar por la escala del poder.
A ti, que te den tiempo y mando. Los vas a dejar
chiquitos.
Verdad como un templo,pero como siempre pocos ven lo que para otros parece evidente.
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