Aunque, según en qué momentos, encajo a duras penas,
supongo que soy, qué remedio, católico, objeciones y dudas herejes incluidas.
Reconozco así pues, al Papa Francisco. No discuto su sencillez,
su accesibilidad, su entrañable aura de abuelete tierno. Creo que tiene
habilidades que le, y nos, serán útiles en medio de esta “tormenta perfecta”
que rige nuestro presente.
Y no niego que su antecesor, que ahora es a modo de
pontífice ectoplasmático o reservista e ilustrísimo jubilado, me molaba más por
el empaque aristocrático y culto, por la expresión concentrada y reflexiva, por
el resplandor elegante de su cabello blanco.
Francisco también me agrada. Pero me desconcierta el
hecho de no poder resistirme, cuando habla desde el balcón del Vaticano, al
recuerdo hilarante y espléndido de Les Luthiers.
No hay comentarios:
Publicar un comentario