Puede que sean verdad las cosas que nos cuentan en los
documentales de la “tele”.
De carambola; o no. Quién sabe los designios que nos
tienen de antemano marcados. Las poderosas fuerzas incomprensibles del
subconsciente. El Destino, o lo que sea.
El caso es que puso en ella el ojo del huracán, el
vórtice, el oro, el incienso y la mirra, la concentración mayor y mejor
disponible de una energía que, incluso para él, no tenía precedentes.
Se volvió capaz, paciente, entregado. La propia abuela
Carmen se sorprendía siendo testigo de aquella devoción incondicional y tan
inédita.
Ahora se van viendo en ella las señales. El carácter
independiente y digno, casi altivo; la poca paciencia con las fruslerías e
insignificancias que detecta; la afición, la querencia irremediable por el
seductor brillo del lenguaje, los vocabularios, la intención ingeniosa, irónica
a veces, retórica, la esgrima verbal y resplandeciente en la que la
inteligencia abre el abanico de sus derivados. La pulsión erótica, el arte y la
cultura, la inclinación gozosa y epicúrea.
“Tú,
como tu padre”, le dicen con un dejo de envidioso e injusto, indigesto
despecho.
Y él (que vive tan bravíamente orgulloso de ser la
consecuencia hereditaria de su propio padre admirable, excepcional, señor tan
godo como árabe, de Puente Genil, provincia de Córdoba) no cabe en sí.
Cuento con que habrá cosas que les saldrán mal; pero
cuando terminen de ceder las intoxicaciones añadidas, la natural y opositora
rebeldía y los calvarios que ya padecieron y que ojalá no den todavía algún
coletazo de dragón, se quiera o no, habrán prolongado la continuidad, la
supervivencia hermosa de esos mágicos genes legítimos de los que nos hablan,
puede que con verdad, los documentales de la “tele”.
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