De todos los colores, de todos los tamaños, las modas (a
pesar de su poco discutible condición de ocurrencias o antojos transitorios y,
en ocasiones, cíclicos, recurrentes) vienen causando comportamientos,
expresando ansias diversas y originando frondosos debates sociales, a lo largo
de los tiempos.
Infinita, la lista de ejemplos: minifalda, greñas a lo
Bardot, pantalones acampanados y el creciente melenazgo en los varones
removieron varios lustros, y aun décadas, a mediados del XX y eran la antesala
de posteriores “avances”.
Como símbolo señero de esas mutaciones y diseños, se
vivió con pasión la decidida disminución del traje de baño, dando paso a la
prenda llamada bikini que ya atizó la controversia de forma premonitoria; y al
compás de su paulatina reducción a mínimos, se llegó al fenómeno top-less, que
significa sin lo de arriba y más adelante al tanga, que significa casi sin lo
de abajo.
El personal se dividió y cerró contrapuestas y variadas
filas.
Los pudorosos lanzaron de inmediato sus anatemas. Los
caballeros enamoradizos aplaudían a las ajenas e intentaban frenar a las
propias. Y ellas… formaron diferentes legiones:
1ª: la de las devotas rigurosas y perfeccionistas del
bronceado, que consideraban heréticas e intolerables las marcas blancas donde
el sol no tenía acceso y que tanto sufrimiento les habían inferido hasta la
fecha.
2ª: la de las exhibicionistas, vanidosas de su belleza,
en repartidos y cambiantes grados.
3ª: la de las calentorras aficionadas a la deriva
incendiaria y provocativa.
4ª: la de las libertarias, a caballo entre el sufragio y
el librepensamiento del “a mí no me
prohíbe nadie que yo…”
Ahora me llega una noticia por indirecta vía: la moda
arrasadora de los teléfonos móviles e incansablemente fotográficos, cuyos
usuarios también defienden que “a ellos
nadie les prohíbe que…” y captan en público todo lo captable, está llegando
a cierto punto de fricción con la costumbre del bañador minimalista.
Colisión de derechos, preocupante conflicto entre modas.
Insomnios y polémicas.
Es lo que decimos en el monasterio: o norma o desenfreno.
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