Proceda con miramiento, con mero esmero prudente, nada de
ternura exagerada que los maliciosos puedan utilizar para llamarlo mariquita.
Sartén con fondo suavemente remojado en aceite de oliva.
Sea pródigo con la sal, el ajo, las especias; recomiendo
respetuosamente el comino, la pimienta perfumada e intensa.
Proceda por etapas, pentagramas, estratos. Nada de
prisas, por favor, sosiegue:
Unos filetitos de lomo ibérico, de veta fina y
fascinante, de formato moderado sin llegar a pequeño. Apenas, vuelta y vuelta;
y ya están “para comérselos”.
Luego, en lo que transcurren esos pocos minutos, deje
caer con garbo en la sartén, el solomillo cremoso, lujoso, impecable (lo puede
conseguir donde Ud. sabe; y con todas las garantías). Váyase acompañando de
unos pimientos rojos de Lodosa. (¡Qué tierra aquella!)
No menos de tres martinis rojos, porque “podemos”.
El hielo está proscrito. Hay unos artilugios que enfrían por el estilo y NO se
disuelven, derriten, diluyen, rebajando abyectamente la condición, el grado del
vermut.
No se distraiga ahora, rebase los mínimos límites, sea
heterodoxo: una copa balón, honda y como de brandy, escancie sin apuro y sin
riesgo una lata de Voll-Damm que no ha de superar el borde ni exagerar la
espuma: apenas una capa blanca del grosor de un dedo (de talla normal y
horizontalmente considerado). Pan o “picos”, con liberalidad adjuntos.
Piense. Luego, ¿existe?
¿Portarnos como herejes, como paganos? ¡No lo quiera
Dios! En una tabla, no una tablet sino una tabla de madera, de las que suelen
usarse en la cocina, deposite la dosis de queso de Cabrales que estime
apropiada. No se resista a la inspiración del momento. Simplemente, ceda.
Imagínese ahora que no dispone de un tocinito de cielo a
mano. O de un postre alternativo, imaginativo, puesto para luego a refrescar.
No se amilane. Porque una buena copa de licor gallego o un recio y acreditado
bourbon (sí, ése mismo decía yo), si acompañan a una deliciosa milhoja, pueden
hacerlo comprender a Ud. lo interesante de ir haciendo penitencia, ya que, al
decir de ciertos científicos, de teólogos, de frívolos y enchufados
presentadores de televisión, el mundo se acaba y convendrá estar preparados cuando
suenen y resuenen con timbres estremecedores y apocalípticos las trompetas
temibles del Día del Juicio Final.
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