O sea, la ignorancia, incluso bienintencionada, más el
atrevimiento.
Nunca (¡¡atrás!!) osaría yo opinar sobre cirugía,
submarinismo, ingeniería industrial y mil cosas más.
Con una mezcla elástica de asombro y cabreo, contemplo,
escucho, leo, cómo pobrecitos desorientados, profanísimos a más no poder,
entran en los predios del arte, de la música sobre todo, señoras azules desde
la barrera, sentando cátedras enanas, exhibiendo como patéticos pavos reales opiniones,
dictámenes y juicios tanto más numerosos cuanto faltos de entidad.
No es la dicción, singularmente rigurosa, lo que os
confunde: lo que ocurre, en medio de vuestro caos inocentón, es que no estáis
acostumbrados a pillar el fraseo elástico, libérrimo dentro de los cánones más
exigentes, con el que cada verso se conduce, se canta y se cuenta, dando prioridad
al respeto del acento fonético, sin servil y, por cierto, siempre innecesario
sometimiento a una música que, mágica, está sobrada de posibilidades para
omitir, esquivar, darle una larga cambiada (aquí, los taurinos) a la boba
rigidez, al encorsetamiento facilón, pedestre, inerte, rudimentario e
incivilizado de los de más escasa o inexistente cualificación. Se trata,
advertid, de que jamás “arbóles, “pajáros, apostóles, etc.”
Otrosí digo: cuando, varias décadas atrás, los músicos, y
principalmente los menos músicos, se encontraron con el chollo de disponer de
instrumentos avanzadísimos, sintetizadores varios, con los que conseguir en
casa los, hasta entonces, costosos, inasequibles resultados profesionales,
llovieron “maquetas” que sonaban ya milagrosamente “como los discos”.
Ahora, los más desprevenidos, los más confusos, los
veleidosos y los pueriles hablan de discos que les suenan a maquetas, siempre
con escaso o nulo conocimiento del fenómeno y de su origen; reclamando,
ingenuos, la obstinación antojadiza de los sonidos que llaman “orgánicos”, que
son los que todos hemos desgastado hasta el hastío a lo largo de los 50 o 60
años precedentes.
Prestad atención. El Hipocampo procura centraros, y sólo
desde su senecta, provecta y trabajada experiencia. Porque sería él, el primer
perjudicado, si presumiera sin fundamento de sus casi 62 años de dedicación y
arduo aprendizaje.
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