Desde, por ejemplo, el circo y las fieras de la antigua
Roma a la televisión de nuestros días ha transcurrido un tiempo durante el cual
esta peculiar especie que se dice humana se ha entretenido de variadas maneras
y, en los espectáculos, hemos llegado a valorarla llamándola “respetable
público”.
(Aventuro una posibilidad: puede que seamos un eslabón de
tránsito entre el simio y lo que venga en el futuro, ojalá que con las taras ya
resueltas.)
Y, para atraer al público contemporáneo, las emisoras de
televisión (predominante espejismo hipnótico de hoy) abundan, unas más que
otras, en truculencias, amarillismo, morbo y chabacanería, porque es fácil
soliviantar y fomentar las facetas menos presentables de nuestra condición,
quizá escasamente “respetable”.
Luego, miden los resultados con los índices de audiencia,
expresión casi fina, porque el dinero va a ir a la par.
Conspicuo concentrado de esos procedimientos, cada
viernes está “Sálvame de lux”, con esa pirueta del polígrafo (que algún
lumbreras del elenco confundiera con bolígrafo) en la que los convocados,
despellejándose entre sí, exhiben, con tan poco decoro como vergüenza, los
aspectos más sórdidos y penosos, chocarreros y escatológicos de sus ejemplares vidas
admirables.
Anoche, un mozo joven no tuvo empacho en vapulear a su
padre, destapando varios detalles más o menos personales o íntimos y
familiares, huérfano de la gratitud y el algún respeto debidos, y con el
atrevimiento y la impertinencia imprudente del que no ha tenido vida ni tiempo
suficientes todavía para adquirir, como no hay otra, cierta sabiduría y
ponderación.
Y es que nuestra sociedad, que de ponderación está bajo mínimos,
proporciona plataformas y escaparates, tanto más dañinos por su descomunal
alcance, a los micos que siempre permanecieron en la actitud del que calla y
aprende hasta que le llegue la hora de opinar.
Ya os dejo el ruido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario