Demasiado tiempo vivimos entretenidos con las cuestiones
del día a día, tantas veces rutinarias y materiales, escasas, cuando no
carentes, de arte. Así que no miramos bien.
Y basta con que suenen los discretos, aunque nítidos,
toques de batuta que señalan el principio del último movimiento del concierto,
para que se nos abran los ojos y pongamos en marcha urgente la concentración,
la atención en saborear la riqueza que nos rodea.
Los ojos y los demás sentidos.
Atentos a la música, que no se pierdan el compás ni los
matices. Convendrá, largo o corto que sea (que siempre se nos hará corto),
conseguir para el final del concierto un “allegro” noble y luminoso. Y procurar
interpretarlo lo mejor posible.
(El Hipocampo, ¿consecuente?... podría ser; pero,
¿optimista?... ¡No te lo crees ni tú!)
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