Al final, parece que hay unas cuantas ideas,
certidumbres, resultados confirmados que muestran su coincidencia en las más
dispares coordenadas de tiempo y lugar que imaginar pudiéramos.
Niña de familia pudiente en el Puente Genil de hace
probablemente siglo y medio o más, rebelde estudiante interna en un colegio del
Madrid de entonces, donde, junto con el estudio de la música y el piano,
procuraron con dudoso éxito suavizar cierta bizarra tendencia a “ir por libre”,
la abuela Clotilde llegó a señorona viuda que, entre recuerdos, escapularios y
cajitas misteriosas de reliquias, sorpresas y asombros, pero con empaque y
personalidad sabios de matriarca, decidió en su momento estar “a verlas venir”,
afirmada en la atalaya observadora que supuso el cierro, el “coche parao” en
una calle sevillana de cuyo nombre claro que me acuerdo.
Sostenía ella la veracidad, la contundencia del proverbio
que reza: Donde no hay beneficio, lo
inmediato es el perjuicio.
Siglo, meridianos y paralelos sin fin después, el
escritor colombiano que ha muerto días atrás, aprendió y aseguró que el
diálogo, el análisis, el debate con las mujeres era del todo inútil,
improcedente, ruinoso para las relaciones. A su modo, “donde no hay beneficio…”.
Esta cosa, que las frenéticas podrían llamar machista si
no perdonasen, con impresentable inconsecuencia, sus “boutades” al seductor
novelista, señala cómo las coincidencias más inverosímiles pueden darse entre
una remota cordobesa de nombre visigodo y un caribe excesivo y parrandero,
genial y apodado Gabo por la riada de “documentados” que se han puesto a imitar
la boba y primeriza ocurrencia de no sé quién, que me da que llegar a Gabo
desde Gabriel es peripecia difícil si no estás “asistido” de uno de esos
licores fuertes que son indispensables en las francachelas de la seudobohemia,
seudointelectual, seudoartística vorágine de la farándula de los niños de los
dioses. Vaya.
(Esta es la misma bobada que aquello de Mandela, Madiba
de repente para todos.)
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