Se atrajeron mutuamente desde el primer encuentro. Descubrieron
que tenían afinidades, coincidencias, aficiones compartidas que, pese a que
desde el principio ya se notaba la desigualdad, hacían viable un prometedor
camino que podrían recorrer juntas: como si se complementaran favorablemente
para conseguir la meta artística deseada, el objetivo propuesto.
Incluso con pausas y con interrupciones considerables, la
amalgama de sus habilidades funcionó durante décadas y dio frutos notables.
Con el tiempo, la brecha, la diferencia entre las dos se
fue haciendo más evidente. Y cuando una de ellas quiso “meterle un gol” a la
otra (que ya le había dejado pasar con anterioridad faltas menores) en un
asunto de dinero, que todos son mezquinos y ruines, aunque fracasara la jugada,
aquella maniobra supuso la quiebra.
En un “jardín de
senderos que se bifurcan”, una crece en luz, o en sombras profundas y
elegidas; la otra, en rutina adocenada y ansiosa, en previsibles y frívolos
colorines.
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