De talante sutil o melindroso, alguno se incomoda porque
empleé el término subordinado en el
texto “Apunte atrasado” del blog del
Hipocampo.
Preciso: durante décadas, en giras y estudios de
grabación, serví con mi oficio (y mi arte) a los objetivos y propósitos
musicales de cantantes, directores de orquesta y productores que, desde el
momento en que me contrataban, eran mis clientes. Y lo hice con la natural y
correspondiente responsabilidad y la disposición apropiada. Con la más
respetable subordinación.
Por ende, no tolero que el cocinero de un restaurante y
su intermediario conmigo ante mi mesa, en lugar de respetarme y servirme como
el cliente que en ese momento soy, pretendan jugar a la arbitrariedad y
transformar su impertinencia en “ingenio” postizo y extemporáneo.
Un cocinero estrella, vale; un pelmazo… ¡qué va!
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