Aunque sea sólo por descansar unos momentos de la
corrección política (o sea, de la hipocresía elevada al cubo), si nos
resolvemos a admitir que el animal humano es un prodigio de capacidad
depredadora y salvaje egoísmo, entonces las cosas, vale que de modo algo
esquemático, tienden a aclararse.
Por supuesto que nos hace ilusión (o cedemos a la
tentación de) glorificar la parte brillante y cinematográfica del pasado, con
sus héroes, auténticos o aparentes, sus figuras señeras, sus altos líderes que
modificaron (raro que sin sangre, dolor y violencia) los cauces de nuestro
recorrido.
Cosas de la casualidad, me da por suponer que Danton,
Robespierre y algún otro, crudelísimos y fanáticos revolucionarios que
evidenciaron a un tiempo condición visionaria, mezquindad de rencorosa alcantarilla y soberbia categoría
de verdugos masivos XXL, bajo la tendenciosa capa de justicieros, son
personajes que podríamos evocar hoy, ante la aparición de otros que, incluso
devaluados por nuestros tiempos horteras, nos darán la sorpresa, o no,
consabida.
Atentos a la calma implacable, al discurso y la mirada
fríos, a los propósitos previsibles de exterminar cualquier tipo de estorbos,
que caracterizan a alguno de nuestros emergentes mesías. Atentos al resurgir de
los métodos de apisonadora que en tantas épocas y en tantas geografías ya
fueron empleados, inútilmente almibarados con disimulonas consignas, con
propagandas tan enloquecidas y maniqueas como insolentes y disolventes.
Cómo me alegrará equivocarme en este presentimiento de
los males que, sobrevolando o reptando, acechan como animales humanos de rapiña
a nuestra pobre España.
No hay comentarios:
Publicar un comentario