No acepto yo que fuera un imprudente y torpe, descuidado
movimiento en falso. Seguramente ha sido un desgraciado giro del destino.
Y al destino, hay días en los que nos oponemos,
enfrentamos; nos declaramos en rebeldía encrespada y rampante. Y así, si Ud.
para su aciago mal, malogra y pierde una sabrosa loncha de tocino ibérico (los
finolis lo llaman beicon, escrito bacon) que inopinadamente resbaló al suelo y,
a partir de ahí, ya no es recuperable, siendo rigurosos, entonces…
entonces, como un héroe de las más prodigiosas y viriles
epopeyas de la Mitología, resuelve que no se dejará vencer, avasallar, someter
por ciegas fuerzas intolerables y que, en consecuencia:
Acabará de una sentada resarcidora con el resto del delicioso
y tentador contenido de ese pseudosobre, sellado al vacío, cuya adquisición, lo
sabemos, implica un paseo de más o menos 60 klms. Y que, de verdad, no importa
porque “el que algo quiere, algo le
cuesta”.
Tampoco hay que ser remilgados ni estrechos si esta
decisión obstaculiza y retrasa el objetivo de los cuatro días últimos en los
que se pretendía, gota a gota, rebajar el colesterol… (¿Sabes lo que te digo?
¡Que le den!)
Ahora, habiendo dado buena cuenta del festín de hoy, Ud.
puede dormir una siesta reparadora y, si sobrevive y se despierta, considerar
la posibilidad de sentarse en la terraza, frente al mar, para plantearse, sin
excesiva exigencia, con la lucidez sólo relativa que a casi todos nos ampara,
el resto de su vida.
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