El incienso de las cofradías no es exactamente igual al
que consigues en los puestos de hippies orientaloides de los mercadillos.
Y, no obstante, fue la inmejorable decisión de anoche,
después del disgusto lacerante que nos arruinó la tarde. Después de las
reiteradas, tradicionales reflexiones y frases y análisis y confesiones sobre la
muerte, que siempre está ahí; sobre lo que seremos o no, después de haber sido
esta poca cosa que somos, o no, a pesar de o contra los más vanidosos, los
fatuos, los prepotentes.
Tenemos fecha de caducidad. Si descontamos la cursilería
y los falsos romanticismos, lo que quede será poco menos que insignificante; y
lo que resuelvan al respecto nuestros deudos y supervivientes tendrá que ver
más y sólo con ellos que con cada uno de nosotros.
Vamos despegándonos. No queremos plegar y plegaremos. Y
el descanso está ahí.
Probablemente.
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