miércoles, 9 de abril de 2014

Un día de sol



Cerca de las bodegas de Barbadillo, hay una casi tabernita donde reposa, entre marchas procesionales y olor de incienso, la paleta increíble que han conseguido, como si fuera una obra de arte, allá por la sierra de Sevilla, por los predios del Pedroso.
Yo conservo el recuerdo amabilísimo de ese lugar en el que pasaron los nueve o diez veranos primeros de una niñez menos idealizada de lo que se me achacará. La calma silenciosa del olivar y el campo; las abejas, y sus peligrosas anécdotas, en el pilón del jardín; la palmera grande, que ya es la única señal que permanece de aquella finca remota.
Los trenes de carbonilla, que salían de la Estación de Córdoba o Plaza de Armas, deteniéndose en  San Jerónimo, la Rinconada, Brenes, Cantillana, los Rosales, Tocina…
No será del todo bueno dejarse zarandear por la marea de la nostalgia; pero a ratos, te pilla sin avisar y sales del apuro culpando a la alergia de esta primavera repentina por alguna lágrima que se escapa y bromeando acerca de los estornudos de macadamia.
No era la jornada para flaquear. Conque, así hacemos las cosas en Gas Monkey, en compañía de Lady Taladro, después de la habitual gestión conectada con el “bricolaje” (pintura, barniz protector), anduvimos haciendo penitencia de tortillitas de camarones y gambas a la bechamel, para celebrar los primeros pasos valientes, aunque tambaleantes, de la Almendrita, quien acaba de hacer su segundo asalto histórico a la Música, nada menos que con ese famoso himno del sordo genial.
Ojalá que persevere.

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