los experimentos y las aventuras entendió, o supo, que
había que soltar lastre, cortar vínculos (reales o imaginarios que fuesen),
deshacer ataduras que iban a conducirlo por caminos no elegidos, no
voluntarios.
Se aplicó a los estudios de historia y teología, sin
desdeñar los conocimientos que pudiese extraer de la geometría euclidiana e
incluso de la música.
Al cabo, solicitó su ingreso en una orden religiosa,
paradigma del rigor y la exigencia y, muchos años después, accedió al cargo de
abad de un monasterio situado en una región del oeste de Francia, cuyo nombre
omitiremos por discreción.
La plebe, siempre ignorante y maliciosa, le ha creado una
reputación tan fantástica como inverosímil. Y mientras, él permanece en su
abstruso e inexpugnable enroque, elaborando los sutiles vitrales de su
pensamiento, ajeno al pedestre y embotador ruido de las numerosas y amontonadas
criaturas que se debaten de modo interminable en los círculos viciosos,
despreciables de la mediocridad, de la barata lucha materialista, de la
envidia, de la competitividad rampante y rasante…
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