Sentado en la roca que apuntala la torre superior del
monasterio, el abad medita sobre la miseria humana, la transitoriedad de la
vida terrena y otros pormenores que podríamos llamar sombríos o espesos.
No le afecta el calor sofocante de agosto, en las horas
centrales del día. Conocido en la comunidad por su extrema adiaforesis, la
noticia de esa peculiaridad ha movido la curiosidad científica de médicos y
otros estudiosos e investigadores que, desde remotos lugares, vinieron a
visitarlo.
En la aldea corre el maligno rumor de que es, bajo su
falsa apariencia humana, una especie de reptil alienígena, del que se temen los
actos más peligrosos y taimados.
No obstante, la torpe creencia popular carece de
fundamento y dos especialistas del Instituto Internacional de Extrañezas, con
sede en Alejandría, han examinado al abad y certificaron su cabal naturaleza
humana, aunque añadieron la tímida pero sincera observación de un cierto
deterioro en las funciones pulmonares que habría sido provocado por su secreta
afición a los cigarrillos americanos, con o sin filtro.
Es de temer, empero, que ni siquiera la solvencia de
estos sabios será capaz de disolver la leyenda de su condición de anfisbena
repulsivo, execrable.
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