No se me nota pero soy un devoto aficionado de las
palabras, del vocabulario. Y ahora estoy como un chico con zapatos nuevos
porque todos podemos disfrutar, paladear, esa cumbre primorosa del diseño que
supone la ciclogénesis, traiga o no guinda (de tarta) explosiva.
Y no obstante, humanos, o sea, insatisfechos, presiento
que vamos a añorar el predominio, la eufonía tradicional, noble y viril,
náutica y heroica que tenía aquello de la galerna, principalmente si ocurría en
el Cantábrico, recio de oleaje, chubasqueros y, ya en el puerto, tabernas
profundas con nostálgicos acordeones y ron ultramarino.
Tampoco se me nota, pero acaricio y guardo como oro en
paño mi afición por el fútbol. Pero por el de antes (Gento, Puskas, Kubala, Di
Stefano…), cuando la fuerza se canalizaba con habilidad deportiva, cuando había
respeto por las reglas y hasta cierto tono de justa entre, aunque rústicos,
caballeros de corto calzón.
Lo de ahora, pleno de patadas, zancadillas, agarrones,
tortas y codazos, escupitajos, insultos y bajonazos, tanto de jugadores como de
directivos y de árbitros, es de manera miserable una prepotente y carísima
pasarela; un espeso abono para que sigan brotando los fatuos chulitos, los
turbios mafiosos y los “listos” que, ante la Hacienda pública, presentan con
inaudita frescura las “cuentas del Gran Capitán”.
Está claro que no es cierto aquello de que "cualquier tiempo pasado fue mejor" pero lo que es impepinable, es que cualquier tiempo pasado fue distinto.
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