Añado yo que es un alivio que las “fiestas entrañables” hayan echado el cierre por ahora.
Y sí, colegas preclaros, ya volvemos a la relativa
normalidad y, por suerte, con sólo un kilo más en el montón del sobrepeso. Pero
vayamos a lo de hoy.
Conozco a un cirujano, ya jubilado de las funciones que
ejercía en un prestigioso centro de la medicina privada, que cree en la
reencarnación.
Hombre metódico, sensato, pragmático, en tantos años que
llevamos conociéndonos, esa creencia suya me ha cautivado en ocasiones.
Recientemente tuvimos un encuentro durante estas fechas
navideñas (y claro que entrañables),
y me refiere que ha surcado los infernales meandros de un divorcio y que, como
tocado de una sigilosa y misteriosa señal, se reafirma en esas filosofías,
teorías o como queramos denominarlas.
Una precisión me ha hecho, al socaire de breves y serias
confidencias que un bourbon añejo caldeaba: en su próxima vida, dice que quiere
ser cardenal, modisto/diseñador o maricón simple.
Le he asegurado que respaldaré su elección, cualquiera
que ella sea.
Yo, por mi parte y cediendo un sí es no es al contagio,
en esa hipotética vida futura, aspiro a ser dueño de una próspera bodega logroñesa
o bien el exitoso criador de pródigas piaras de cerdo ibérico, allá por las
dehesas de Extremadura.
Pues yo para la próxima vida me pido ser hetero_complejo, por lo que se ve, especie en vias rápidas de extinción.
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