En esta menguada edad del imperio de lo “políticamente
correcto”, proliferan naturalmente los melindrosos, los pusilánimes y los
imbéciles netos. Esta cuadrilla, por ejemplo:
Defiende (por el momento, es decir si no les toca a ellos)
la idea de que si un joyero es brutalmente asaltado por unos maleantes, no
debería contraatacar de cualquier manera, la que pueda, la que se le ocurra en
trance semejante, aunque sea presa del pánico y tenga en riesgo no sólo su
hacienda sino también su vida; así que nada de disparar a los atracadores,
porque los mecanismos legales, tan surrealistas e incomprensibles, pueden
enredar al atracado de tal forma que lo conviertan de víctima en verdugo.
Defiende que los familiares de las víctimas del terrorismo
se apañen con la paciencia y la resignada contención, a pesar de las canalladas
legales que se van cometiendo, o sea que ni por asomo el más ínfimo remedo de
la ley del talión, ni la justicia por mano propia cuando la oficial, tan a
menudo los/nos desampara y menoscaba.
Defiende cosas así, en el caso de los taxistas, a menudo
en serios riesgos de ser agredidos o atracados por según qué locos sueltos, etc.
Pero es todo una repugnante farsa, que pretende timarnos
con la idea de que no tenemos derecho a terminar la pelea a la que otro arbitrariamente
nos empuja, con la idea de que no tenemos derecho a responder a la provocación
sino con “proporcionalidad”, concepto asaz teórico y subjetivo y por ende
susceptible de las mayores falsificaciones.
No estoy de acuerdo.
Es más, propongo que, incluso en las tertulias de la
tele, donde la interrupción insistente al que está hablando es de una
frecuencia escandalosa y supone una falta de educación y otra de respeto, el
interrumpido pueda, en respuesta y defensa, aumentar tan gratuito e
impresentable mecanismo, llamando al interruptor/provocador cerdo de mierda o
zorra infecta, dependiendo del sexo o género de éste, lo que de camino
caldearía el ambiente. Y para los que prefieran la opción “light” de la
velocidad limitada electrónicamente o la caja de cambios automática, existe la
palabra idiota que, al igual que votante y cliente, es válida y preceptiva para ellos y ellas y a todos
encuadra con sobresaliente en la nobleza de los buenos usos gramaticales.
Pasa que, pretendiendo una finura, sesgada, de
comportamientos civilizados, se nos ha ido ahormando, amoldando, acobardando,
de manera que los individuos cedamos a las estructuras (políticos, policías,
jueces) el desempeño exclusivo del control público y la defensa de la
población. Y esto sirve solamente si funciona bien y a tope; cuando no, se hace
un papel desairado. Y se vuelve absurdo descalificar a Yanquilandia, cuya gente
tiene muy claro lo de la defensa propia y, mira tú, la licencia de armas.
Y que eso tenga sus riesgos y que no nos guste, vale.
Pero si lo otro no funciona, la tomadura de pelo es peligrosísima.
“¡Exprópiensen!”
En estos tiempos que nos toca vivir, los políticos le buscan excusas y matices a los delincuentes a través de la promulgación de leyes permisivas. Este tipo de leyes, abre camino al trabajo de los abogados, defensores de los delincuentes. La mayoría de los políticos son abogados. Nos están creando una sociedad a su medida.
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